Alejandra de la Cruz es una estudiante que habla poco. Cuando la conocí,  apenas si respondía unos cuantos monosílabos con voz trémula. Daba la sensación que durante la entrevista rompería en llanto en cualquier momento. Nos tomó tiempo empezar a conversar con  fluidez, pero cuando lo logramos me contó que antes hablaba menos y que hace un gran esfuerzo para exponer frente a sus compañeros o hablar con personas desconocidas. En su paso por la telesecundaria, estudió y demostró 26 temas de tutoría y se siente orgullosa de sus logros. Afirma que demostrar lo que aprende en tutoría le dio confianza para expresarse cada vez mejor.  

Alejandra es estudiante de tercer año de Telesecundaria en El Porvenir, una comunidad rural a 25 km de Río Grande, Zacatecas, en un llano caluroso en el que se distingue uno que otro mezquite o huizache perdidos en el horizonte. La Telesecundaria unitaria del Porvenir, está a cargo del maestro Oscar Castillo, quien impulsa la comunidad de aprendizaje de Río Grande y trabaja en tutoría desde el EIMLE 2010. Actualmente,  la escuela cuenta con 17 alumnos y todos aprenden en relación tutora. 

El padre de Alejandra, con el hígado carcomido, trabaja tierras ajenas de julio a enero y el resto del año de “lo que salga”. Su madre trabaja en la casa, que no es lo mismo el trabajo en casa citadino que el trabajo de casa en las comunidades rurales. Con orgullo, Vicenta, la madre de Alejandra, me contó cómo entre ella y su esposo hicieron más de cuatro mil adobes para levantar las paredes y aunque no tenga piso de azulejo, es feliz de tener un hogar para su familia. 

Vicenta se siente orgullosa de su hija porque reconoce los logros que ha obtenido para expresarse con mayor confianza, sostiene con firmeza que es muy dedicada al estudio y prefiere estudiar que salir a jugar con sus compañeras o ver televisión. Sabe que el empeño que le pone a la escuela merece su apoyo y así pueda continuar sus estudios, pero lo ve difícil pues no tienen los recursos suficientes. La comunidad no cuenta con ningún servicio de bachillerato y para estudiar se tiene, necesariamente, que buscar alternativas en los poblados aledaños y disponer de los recursos para salir de casa. 

Por otro lado, existen distinciones que sitúan a las estudiantes en desventaja frente a los hombres. Al conversar con una madre de familia que contaba con recursos para que su hija estudiara, expresó que no la dejaría porque luego se le iba a desbalagar: a caer en los vicios y la perdición. Este tipo de violencia ejercida en el entorno familiar y social, es cotidianidad en El Porvenir y es especialmente dañina, pues las alumnas pueden llegar a pensar que no tienen capacidad para estudiar o tomar decisiones por sí mismas, genera confusión e incertidumbre que afecta su autoestima. En este contexto, sobresale Alejandra, que aprendió a aprender, a tener confianza en sí misma; quiere seguir estudiando, desafortunadamente vive en un contexto en el que las costumbres no están a favor de la superación profesional de las mujeres y las condiciones económicas familiares no son las adecuadas para que cumpla sus aspiraciones.

Priscila, como varios estudiantes del Porvenir, distingue que les gustan los intercambios de tutoría porque puede salir a conocer otros lugares, otros estudiantes y aprender de ellos. Siente “bonito” cuando otros aprenden de lo que ella sabe y eso le da seguridad. Tiene deseos de estudiar medicina y, aunque su padre no la apoya, no pierde el entusiasmo.