Gabriel Cámara
Marzo 2017
La revista Harvard Ed. Magazine (Invierno 2017) presenta, como tema central, el aburrimiento escolar. El director de la escuela de educación, Jim Ryan, advirtió recientemente que el aburrimiento podría ser uno de los mayores obstáculos para mejorar el aprendizaje escolar, y entre otras cosas inspiró el artículo que lleva por título “Aburridos a morir” (Bored out of their minds). El autor, Zachary Jason, explora en escritos y entrevistas por qué el aburrimiento casi no existe en los primeros grados y se agudiza en los últimos años de la educación básica.
De lo que lee y dicen sus entrevistados, el autor descarta que el aburrimiento sea simple falta de carácter, culpa del estudiante, y subraya lo grave que puede ser como impedimento para aprender y como deformación personal al orientar a la angustia, la agresividad o las drogas. Se dan razones externas para explicar el aburrimiento escolar en la manera como se distribuye el trabajo diario en seis o siete sesiones de 45 o 50 minutos con temas distintos; o en lo temprano que empiezan las clases para estudiantes que no han dormido lo suficiente. Otras explicaciones del aburrimiento salen de la familia, que envía a los chicos a la escuela como ritual obligado, independientemente del gusto por el estudio, ya que muchos padres trabajan no por la satisfacción que les reporta el oficio sino por el dinero con el que sí pueden hacer lo que quieren. Más profundamente, el testimonio de algunos maestros entrevistados revela que estuvieron a punto de dejar la escuela por sentir que nadie se interesaba en ellos como personas, en lo que querían hacer, podían hacer o se les dificultaba, dentro de un programa estándar. Conforme llegan los estudiantes a la adolescencia, la enseñanza se hace generalmente más abstracta, en lenguaje más alejado del habla ordinaria, distinto de lo que experimentaban en grados inferiores, manipulando objetos conocidos, interesados en actividades que hacían en común y con entusiasmo. La mayoría de la explicaciones del aburrimiento son atribuibles a un entorno escolar en el que no hay suficiente lugar para atender personalmente a los estudiantes y dirigirse a ellos en su propio contexto en el que el aprendizaje les sería relevante. Sin embargo, el entorno escolar es tan envolvente y se concibe tan inmutable, que aun reconociendo la necesidad de atender personalmente a los estudiantes, se descarta hacerlo por las exigencias de la práctica habitual: aprender en la escuela se concibe en grupos al frente de los cuales está un maestro. No parecen haber otras opciones. Por eso uno de los entrevistados, el profesor Tedd Rose, dice “Por supuesto, ningún maestro sería capaz de dar temas distintos y calificar a sus 30 alumnos, ni proponerles 30 proyectos distintos, o crear para cada uno de ellos un plan diario de trabajo” –-nosotros en cambio alentamos comunidades de aprendizaje en la que todos, no sólo el maestro, atienden a todos y todos enseñan y aprenden.
Otro de los entrevistados y editor de un libro en el que Richard Elmore habla de la Tutoría (The Futures of School Reform, Harvard Education Press, 2012), el profesor Jal Metha, habla de la investigación que viene haciendo hace ya seis años sobre el aprendizaje en profundidad, en 30 escuelas de educación básica. Lo que más sorprendió a los investigadores fue que los rasgos que describen el aprendizaje profundo aparecían más frecuentemente en los cursos optativos o extracurriculares. Ahí los estudiantes participaban libremente, escogían temas según interés, tomaban responsabilidad de su avance, lo compartían con los compañeros, se enseñaban mutuamente, procedían no sólo como estudiantes sino como maestros y asumían la actitud de adultos comprometidos, juiciosos, dueños de su destino.
A estas alturas es cuando la experiencia de trabajo escolar en red de tutoría demuestra haberse adelantado a lo que ahora descubren los expertos: el centro es la persona del maestro y de cada uno de los estudiantes; se respeta el interés, porque se confía en que lo que ofrece el tutor es valioso y se aprovecha, se presenta en el contexto propio del aprendiz, lo desafía a aprender a aprender de manera independiente, lo lleva a profundizar y concluye cuando pasa a ser tutor de otro compañero. El entrono es una comunidad de aprendizaje en la que se comparte afecto y conocimiento, se procede con autonomía profesional y se diseña el futuro de la escuela, o mejor dicho, las modalidades futuras en las que la sociedad promoverá el aprendizaje de todos, no sólo de los jóvenes. Por eso puede uno decir que los Últimos –en las telesecundarias incompletas, en las escuelas multigrado, en los centros comunitarios del CONAFE—descubrieron primero lo que los Primeros tardaron o no acaban bien de descubrir.