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Consideraciones sobre la tutoría y su aporte al cambio educativo

Es difícil describir con precisión la naturaleza de lo simple, como el diálogo en el que aprenden dos personas con interés y confianza. El filósofo Agustín de Hipona, en el siglo V de nuestra era, decía que si le preguntaban qué es el tiempo, no lo sabía; pero si no se lo preguntaban sí lo sabía. Del diálogo tutor, Richard Elmore dice que la mirada en la que se encuentran dos jóvenes al darse tutoría revela una transformación profunda, evidente a cualquiera que la observe, pero difícil de precisar en un concepto. Jóvenes que fuera de la tutoría procederían como cualquier adolescente, al responsabilizarse de aprender lo que les interesa intelectual y emocionalmente, hablan y actúan con madurez de personas adultas bien formadas. En otros muchos aspectos el diálogo tutor, la tutoría, elude definiciones precisas, pero la práctica queda al alcance de cualquiera, letrado o iletrado, grande o pequeño. Dos casos en los que aparece esa ambigüedad para precisar conceptualmente lo que evidentemente se percibe son, por un lado, la variedad de entornos físicos en los que puede tener lugar la tutoría y por otro, la facilidad con la que la práctica se extiende a la base del sistema escolar, con pocas a nulas directrices generales, a través de encuentros cara a cara,. De estos dos casos habla Richard Elmore, al subrayar el poder transformador de la tutoría.

[Al]considerar la relación entre espacio físico y aprendizaje, pienso en la importante lección que nos da la tutoría. Podemos conocer mucho de espacios físicos y aprendizajes, pero sin una poderosa teoría de lo que es aprender y que guíe (o en el caso de la tutoría, ¡ignore!) el diseño del espacio físico, todo ese conocimiento será prácticamente inútil. Lo que la tutoría me ha enseñado es que nuestras más poderosas teorías sobre el aprendizaje no requieren necesariamente grandes inversiones en plata física y que las “mejoras” que dependen de esas inversiones van seguramente a fallar si no parten de una sólida teoría.

Este párrafo del escrito que Richard Elmore mandó en el 2016 con reflexiones del viaje que recientemente había hecho a Guanajuato para observar el trabajo en red de tutoría[1], expresa de manera indirecta, pero clara, lo que es esencial en la tutoría: la creatividad constante que surge del diálogo entre tutor y tutorado, que no necesita sino el libre empalme de interés con capacidad y prescinde de espacios, directrices y formularios. Así dice Elmore con humor que la práctica tutora no necesita espacios físicos especiales, como los que él estudia y que aun siendo deseables, reconoce no ser indispensables.

La primera experiencia de Elmore con la tutoría fue en una telesecundaria unitaria en Santa Rosa, Municipio de Villanueva en Zacatecas. En una mañana de enero 2010 se reunieron estudiantes de otras dos telesecundarias del Municipio, que también practicaban la relación tutora, para celebrar la visita compartiendo saberes. Elmore encontró que los estudiantes y aun los maestros congregados daban y recibían tutoría unos de otros. El entorno era tan vital y espontáneo que Maricruz, una estudiante de 13 años lo invitó a recibir tutoría sobre un problema de geometría. Con ayuda de Caithlin Schoefendler, becaria americana que sirvió como intérprete, Elmore experimentó la tutoría y al final de la jornada expresó en público algo que cortó la voz a Santiago Rincón-Gallardo, su estudiante de doctorado y promotor del viaje, al estar traduciendo lo que les decía al grupo de estudiantes, maestros y padres de familia congregados para el evento. Elmore se había dedicado a observar sistemáticamente salones de clase en escuelas norteamericanas uno o dos días a la semana durante varios años, y al resumir la experiencia de ese día en Santa Rosa, dijo que en todos esos años no había visto una práctica educativa comparable. Desde entonces Elmore ha estado escribiendo y promoviendo por diversos medios la práctica tutora. Envía a conocerla a estudiantes del doctorado en liderazgo educativo de la Escuela de Educación de la Universidad de Harvard, da conferencias, escribe artículos y vuelve a México cuando puede, como lo hizo cuando vino a Guanajuato.

Elmore se ha interesado en conocer la influencia que el entorno físico ejerce en las personas que ahí aprenden, pero aun cuando no deja de reconocer la importancia de tener espacios adecuados, reconoce que hay realidades ambivalentes que desafían precisiones como la tutoría que pueden prescindir de ellos.

Como parte de mi trabajo actual de consultor y docente en línea, aunque como desafío muy personal, emprendí el estudio de dos temas complejos:  (1) la neurociencia del conocimiento; literalmente, cómo opera la mente cuando asimila y procesa conocimientos nuevos y como integra y entiende realidades complejas, y (2) la relación entre el diseño de un espacio y sus ocupantes, la manera como lo perciben y lo que en ese espacio se aprende. Pienso que de estos dos temas pende el futuro del aprendizaje … Lo que me fascina de la tutoría es su total indiferencia a los lugares. He visto dar tutoría en lugares sumamente pobres, donde sólo hay un techo miserable, deficiente luz y los estudiantes trabajan fuera del salón sobre piso de tierra. He visto dar tutoría en escuelas que evidentemente hace poco han sido renovadas, pero que simplemente siguen siendo versiones nuevas, más limpias, del modelo tradicional. He visto dar tutoría en escuelas que cuentan con acceso a la red digital y en escuelas donde no hay computadoras. He visto que se da tutoría en escuelas de donde es prudente salir a tiempo para evitar asaltos y daños físicos; pero también en comunidades tranquilas donde no asecha ningún peligro. Me preguntarán si tengo propuestas para diseñar espacios físicos que favorezcan la práctica de la tutoría y respondo que sí; pero tengo que reconocer que el poder de esa práctica no depende del espacio que la acoge, su accoutrement, sino del poderoso y radical estilo personal de aprendizaje, así como de la teoría que la sustenta.

En paralelo a lo que dice de su interés por los espacios y al mismo tiempo su sorpresa por lo que contradice ese interés, Elmore habla de los intentos por sistematizar la práctica tutora, útiles y aun necesarios conforme a lo que observa, pero con la gran reserva que la tutoría hasta ahora ha prescindido de ellos y continúa extendiéndose.

El taller de Guanajuato se concibió expresamente para ver si una formulación más explícita de la práctica tutora ayudaría a desarrollar la nueva manera de enseñar y aprender, así como acelerar su difusión. No es nada seguro que, si se logra desarrollar normas más explícitas, mejorará la práctica de la tutoría y su difusión será más rápida. La práctica de la tutoría no se ha codificado rigurosamente hasta ahora, pero eso no parece haber impedido ni su desarrollo ni su difusión.

El poder que Elmore reconoce en la tutoría, –sencilla y poderosa—puede explicarse por el carácter elemental del diálogo tutor, personal, cara a cara, basado en la confianza y el afecto de tutor y tutorado, frente a desafíos que a ambos compromete. La visibilidad de lo que se va aprendiendo asegura el resultado del empeño original y demuestra la capacidad de todos para enseñar y aprender. Elmore describe esta práctica tutora en un párrafo memorable por la amplitud y rigor de su argumento.

La tutoría ocupa un nicho muy especial entre los casos ejemplares que habrán de guiar el futuro del aprendizaje; especial por la importancia de lo que enseña y el poder de lo que logra. Es una práctica cuyo diseño lleva a desarrollar una teoría del aprendizaje cada vez más radical y compleja, aunque sostenida en todo momento por la práctica misma. La práctica es relativamente simple, la teoría lleva a entender con mayor claridad y precisión la complejidad del proceso de aprendizaje en jóvenes y adultos. En este sentido la tutoría invierte la relación habitual en las ciencias sociales entre teoría y práctica, y genera una cultura centrada en lo que describiría como “la búsqueda deliberada de sorpresas”.

A nosotros toca resaltar el testimonio de Elmore para extender la práctica tutora con ocasión del advenimiento de lo que se ha propuesto como la Cuarta Trnsformación en la historia del país. Pero además de extender la tutoría, el planteamiento de Elmore debería ser guía de política educativa, sobre todo teniendo en cuenta el desatino de las políticas del sexenio que concluye. Increíble haber empezado la reforma de un sistema, que a todas luces necesita apoyo, evaluando con instrumentos estándar y consecuencias laborales a todos sus maestros. Después, haber elaborado tardíamente una modificación de gabinete que retoca –no transforma—los mismos elementos de anteriores modificaciones cupulares: nuevo programa, nuevos textos, nuevas disposiciones, capacitación de docentes y uso de tecnologías digitales. Sin demostrar un cambio radical, porque dosificar autonomía curricular y reducir lo emocional a asignatura son concesiones que posponen cambios, la reforma naufragó en lo más elemental de cualquier intento de reforma: la aceptación de los maestros. Nunca antes los maestros se habían sublevado como ahora contra una reforma de principios de sexenio.

Un caso particular ilustra la necesidad de atender lo que la práctica exitosa y los expertos más confiables nos dicen sobre los cambios que convienen al sistema. El programa “Escuelas al 100” se diseñó para 35 mil escuelas con un presupuesto inicial de 50 mil millones de pesos. En el portal de la Secretaría de Educación Pública se lee que de 2015 al 14 de noviembre de 2017 se habían invertido en el programa 12 mil millones de pesos. El reporte no subraya logro educativo alguno, sino ventajas económicas: 154,516 empleos de mano de obra directa, 77,258 empleos de las empresas constructoras y 46,354 PYMES beneficiadas. A la luz de lo que dice Elmore, es evidente que Escuelas al 100 sirvió para mejorar condiciones materiales de las escuelas beneficiadas y la economía regional, pero sin una poderosa teoría del aprendizaje, la inversión no sirvió para mejorar lo que aprenden maestros y estudiantes. A pesar del desperdicio educativo, la buena noticia es que se puede lograr el cambio educativo con muchos menos recursos y alcance inusitado en cualquier entorno escolar, a condición de respetar el interés de maestros y estudiantes.

Para quienes deseen conocer el texto completo de Richard Elmore, se anexa tanto la versión en inglés como su traducción al español.

[1] Richard Elmore, “Reflections on the Role of Tutoria in the Future of Learning”, January 18, 2016, mimeo.

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