Si nos detenemos a pensar, encontramos en nuestra vida cotidiana varios aspectos en los que es necesario contar cosas. Quizá se trata de saber cuántas canicas tengo en una botella, o cuántas personas van a ir a una fiesta o cuántos puntos lleva cada quien en un juego.

En el mundo natural y social también hay ritmos que podemos contar. Por ejemplo, en el tallo de un árbol en crecimiento se forma un anillo cada año. Por ello, podemos conocer la edad de un árbol con sólo hacer ese conteo—los científicos tienen incluso taladros especiales para hacerlo sin dañar al árbol. En algunos fenómenos, encontramos patrones sencillos que nos permiten “contar sin contar”. Por ejemplo: yo tengo 2 padres, 4 abuelos, 8 bisabuelos, etc., y esto lo puedo saber sin tener a estas personas frente a mí. Otro ejemplo: hoy en día, muchas personas sacan créditos en el banco o en otros lugares. Si no sabemos cómo crece nuestra deuda, nos podemos meter en problemas para pagarla. Aunque este ejemplo es más complicado que el de los padres, abuelos, bisabuelos…, en realidad plantea un reto similar: estudiar un fenómeno de forma numérica y encontrar patrones para “contar sin contar”.

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